Los Padres, ¿Son realmente padres?
Y lo Hijos, ¿Son realmente hijos?
En estos tiempos hemos pasado de una crianza rígida, cuya metodología para relacionarse era desde la autoridad entendida como poder de dominio sobre el más débil (padres a hijos, esposos a esposas, hermanos mayores a hermanos menores, etc.) a otro estadio en donde la crianza pasó a manos de los más inocentes, los niños, dejándoles responsabilidades de adultos, permitiendo por temor a lastimar, aceptando por temor a perder al otro, sin límites claros que proporcionaren seguridad.
Ahora nos encontramos con una generación de transición de padres a quienes se les hace complicado, y doloroso la educación y formación de sus pequeños.
Muchos padres, educadores, directores de instituciones educativas y, en general la sociedad, se encuentra sumida entre situaciones de sobrevivencia en la vida. Aprendieron lo que les fue mostrado, muchos no quieren repetir la historia de su infancia, lo que les lleva a la falta de reconocimiento de sus raíces, que los aleja del amor y la fuerza necesaria para, al pasar la vida en el momento de ser padres, poder ser soporte para sus hijos.
Esto conlleva a que los sistemas familiares se encuentren lastimados por heridas como la distancia, el abandono, el abuzo, la violencia, el alcoholismo, la enfermedad, etc. Y no queremos reconocernos en ellos porque nos causa mucho dolor.
Es entonces cuando los más inocentes que viven el amor más grande se encargan, a través de lazos invisibles del amor, de compensar en lo más profundo del alma familiar estas heridas.
Por esto cuando un niño molesta o preocupa en la familia, si observamos más allá de su conducta y sus síntomas podremos encontrar la causa que en la mayoría de los casos, por no decir todos, se encuentra en las generaciones anteriores a él, es decir sus padres, tíos, abuelos o bisabuelos, que en un tiempo no muy lejano, pero tal vez olvidado, también fueron niños.
Los padres de hoy son los niños de ayer y sabemos que la estructura de la personalidad Psicoemocional del adulto se forma en los primeros 10 años de vida. Estas heridas de la infancia, que pueden ser: un papá que me abandonó, una madre que murió, el divorcio de los padres, la abuela que murió y mamá quedó muy triste, el abuso de mi padre, el padre violento, la mamá alcohólica, los padres profesionales ausentes y un sinfín de causas más, se graban en todo el sistema del niño, a nivel neurológico, emocional, mental, físico y espiritual.
En esta etapa de la vida los recursos de expresión emocional resultan muy limitados pues para el niño, dependiendo de su edad, le es difícil la observación, el razonamiento y posterior expresión de los sentimientos con respectos a estas situaciones. Los niños se debaten entre el dolor que les producen estos hechos con sus padres y las consecuencias de ese amor ciego, que a nivel emocional tienen un precio para su sano desarrollo.
Al llegar a la adolescencia, entre los once y los dieciocho años, se repite el ciclo pues esa personalidad que se desarrolló en el nido del hogar, sale hacia la sociedad al enamoramiento, a la sexualidad, al establecimiento definitivo de valores, a la autoestima, es por esto que esta etapa es una de las más difíciles, pues el joven tiene que sobrevivir en estos momentos con los recursos que obtuvo en su niñez, percibiéndose a si mismo en sus fortalezas y debilidades y haciendo lo que puede para hacerse hombre o mujer adulto.
Así llega a la profesión, al amor y a la relación de pareja en donde se recrean el modelaje de cómo lo hacía mamá o como lo hacía papá, o lo que no hacían y quiere hacer, pero no sabe cómo. De manera inconsciente las heridas de la infancia que tienen que ver con la referencia femenina o masculina y su interrelación, se abren para que en la pareja se reflejen.
Finalmente llega el hijo y volcamos toda la esperanza de salvación de nuestra frustración, de ausencia de cariño, de abuso, etc. vividos en nuestra infancia.
El padre o la madre desde el alma y de manera inconsciente dice al hijo “Ayúdame con lo mis heridas, porque yo no puedo” y el hijo en su más grande amor dice “Por ti lo hago con gusto”, estableciéndose así una invisible relación de complicidad amorosa entre padres e hijos que promueve a que en las familias se repitan generacionalmente situaciones de dolor.
La manera de modificar estas situaciones comienza por el asentimiento a las raíces de la infancia, a los padres, de quienes se recibe la vida y con la vida, todo lo que ha sido y lo que es. Estableciendo el correcto Orden, equilibrio y pertenencia del sistema familiar.
Desde allí se abre el camino hacia el tránsito del Túnel de las Emociones que nos permite pasar de una polaridad a otra: de la rabia a la calma, de la tristeza a la alegría, del miedo a la confianza… del odio al amor en una reestructuración integral del ser y su sistema, reconciliándonos con el amor que nos ha unido, aún en el dolor, para recuperar el movimiento amoroso natural hacia los antecesores
Así la disposición mental, física, emocional y espiritualmente será suficientemente fuerte para entrenarnos en la utilización de nuestras mejores herramientas de relación: la comunicación verbal, corporal, emocional y espiritual con nuestros seres queridos.
De esta manera los padres pueden ser realmente padres y los hijos pueden ser realmente hijos y todos estar en paz con el amor del alma familiar, grupal y espiritual.
Yuleika C. Guzmán R.
Orientadora y Terapeuta Familiar
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