La agresividad como tal carece de valor, al igual que todo en este mundo, también cuenta con dos caras. Por un lado está la agresividad destructora, exterminadora y dominada por el odio. Por otro lado la agresividad representa una fuerza defensiva que exige la consecución de un desenlace diferente, una fuerza al servicio absoluto del amor. Sólo cuando conserva su poder destructor, la agresividad es simple y llanamente mala, pero si dejamos que el odio aflore para resolver y exponer abiertamente un conflicto, y para favorecer una reconciliación cuando esta transformación sea posible, entonces la agresividad es buena. Entendida de este modo, la agresividad constituye una fuerza de importancia capital, una fuente generadora de vida.
Tomado del libro “Pautas para los padres de hoy” de Jirina Prekop y Christel Schweizer, editorial Herder
תגובות