Había una vez un conejito llamado Pata de Terciopelo que tenía un pequeño problema cuando corría. Así, en cada salto que daba, saltaba un poco más alto que los demás. Eso le hacía sentir diferente, pero le agradaba pues sentía que podía hacerlo mejor que todos.
Un día se mudaron para una casa más grande y a un colegio diferente. Hasta los seis meses se creía como los otros e incluso un poco más fuerte. Pero pronto, algunos compañeros astutos, un poco celosos por la atención que los adultos de dedicaban, lo hacían rabiar. Nada terrible, pero a la larga se volvió molesto para Pata de Terciopelo.
Irritado por la situación, nuestro amigo Pata de Terciopelo no pasaba ahora un día sin que tuviera algunas palabras con uno y otro de sus compañeros y todo solía terminar en un empujón, un portazo o dejando de hablar con sus compañeros. Por otro lado, siempre tenía la impresión de que eran los demás quienes iniciaban las peleas, y cuando el maestro Conejo le regañaba, replicaba diciendo que no había sido culpa suya, que eran ellos los que hacían que él se molestara.
Un día, durante un contratiempo con un compañero, uno de sus amigos lo filmó y después lo invitó a mirar la película. Pata de Terciopelo, al mirarse a sí mismo y escuchar la manera en que hablaba, se dio cuenta, que el había sido tan responsable como el otro en el contratiempo.
A partir de ese día cambió su actitud hacia los demás, reconociendo sus errores y aprendiendo de los demás compañeros, pues se dio cuenta de que todos tenían razón en cierto punto cuando discutían y a partir de allí, tuvo muchos amigos. Todos lo nombraron campeón porque corría un poco más rápido que ellos pero, sobre todo, porque ahora sabía admitir sus errores.
Metáfora de Practitioner en PNL
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